Cuerpos vivibles y luchas feministas, el ensayo anticapacitista de Andrea García-Santesmases
Cargado de política, el recién publicado ensayo “El cuerpo deseado” de la socióloga y antropóloga Andrea García-Santesmases trasciende las convenciones y los prejuicios para invitar a explorar los vínculos profundos que existen entre el feminismo y el anticapacitismo.
Con lucidez, sensibilidad y referencias a la cultura popular, la autora se sumerge en un diálogo agudo y esclarecedor sobre las experiencias de las personas con diversidad funcional (DF), su sexualidad y deseo, su potencial político o qué vidas y cuerpos la sociedad considera “vivibles” y “follables”.
Para ello, la profesora del departamento de Trabajo Social de la UNED y del Máster en Sexología de la Universidad Camilo José Cela (UCJC) plantea “cinco conversaciones pendientes y urgentes que hay que empezar a abordar colectivamente”, explica durante una entrevista con Efeminista en el emblemático Parque del Retiro, donde este domingo 28 de mayo estará firmando en la Feria del Libro de Madrid en la caseta 290 de Kaótica Libros, de 18h a 19:30h.
García-Santesmases, que bebe del activismo feminista madrileño y del movimiento anticapacitista barcelonés, y que colaboró con el proyecto documental sobre sexualidad y discapacidad “Yes, we fuck”, apuesta en esta obra, que publica Kaótica, por un lenguaje y un enfoque alejado de la academia a la que está acostumbrada.
Anticapacitismo y feminismo en “El cuerpo deseado”
Pregunta.- A nivel académico ha escrito e investigado en varias ocasiones sobre anticapacitismo, también desde los activismos de barrio o colaborando en proyectos como “Yes, we fuck”, ¿ qué la ha llevado ahora a escribir este libro?
Respuesta.- Me interesaba plantear algunas reflexiones, inquietudes y obsesiones que tengo desde hace años y trasladarlas a la discusión publica. A veces veo que desde los feminismos y desde el anticapacitismo se hacen reivindicaciones activistas, incluso propuestas políticas, que no cruzan ambos ejes en torno al género, la violencia, la sexualidad, los cuidados o la identidad y la diferencia. Me parecía fundamental insistir en que tenemos que tener un enfoque interseccional.
P.- En el ensayo dice que aún queda un largo camino en la lucha anticapacitista, ¿qué aporta la intersección con el feminismo a este camino?
R.- Esa alianza potencial entre los feminismos y el anticapacitismo permiten complejizar discusiones, problemáticas sociales y apuestas políticas que solemos pensar de manera unicausal. Concretamente, creo que los feminismos llevamos mucha trayectoria de politización de la violencia sexual o del género. Entonces permiten entender que ese sujeto aparentemente homogéneo que son las personas con diversidad funcional en realidad están atravesadas por diferencias e intersecciones que generan desigualdades específicas.
Desgenerización y discapacidad
P.- Respecto a esa idea de “sujeto aparentemente homogéneo”, en el libro habla de una especie de desgenerización en las personas con discapacidad, que a veces, además, funciona de manera ambivalente y con desigualdades especificas. ¿Qué es esto?
R.- Lo que me refiero es que los roles, las expectativas y esa estructura social que es el género, difiere en el tema de la discapacidad. Porque, por ejemplo, la construcción de la masculinidad se asienta en patrones de socialización masculina como son el deporte, la potencia, la actividad, la independencia, la autonomía, la racionalidad… Y todos esos valores androcéntricos son valores, por defecto, capacitistas.
Y así mismo todo eso que parece intrínseco de la feminidad normativa (la maternidad, la sensualidad o el cuidar) se niega por defecto en las mujeres con diversidad funcional, donde se da por hecho que no son un objeto de deseo y que no son o que no deberían ser madres.
Pensar los cuidados desde el anticapacitismo
P.- ¿Y a la inversa? ¿Qué aporta el anticapacitismo al feminismo? ¿Tiene el movimiento feminista que reivindicar las demandas anticapacitistas en su agenda?
R.- Absolutamente. A mi algo que me sigue sorprendiendo es que dentro de los foros feministas se sigan pensando los cuidados y se siga discutiendo cómo organizar los cuidados de manera más justa y equitativa sin tener en cuenta la perspectiva anticapacitista.
Es decir, sí que se cruzan los cuidados con ejes de desigualdad que tienen que ver con la clase social, la migración o el origen, pero se sigue pensando que esa persona cuidada es una especie de carga que tenemos que ver cómo nos repartimos de manera más vivible. Entonces creo que tanto desde la persona que requiere cuidados como desde las que se dedican a cuidar, hay que pensar conjuntamente soluciones.
“No puedes decidir quién mira o toca tu cuerpo”
P.- ¿Qué aportaría un modelo de promoción de vida independiente a esta situación?
R.- Es fundamental que las personas que precisan de apoyos en su día a día tengan la capacidad de decidir cómo quieren que se desarrollen esos apoyos, dónde quieren vivir o qué quieren hacer en su día a día. La última investigación que realicé, que era con personas que tenían una lesión medular alta que acababan de tener el accidente, una de las cuestiones que les resulta más dolorosa y más terrible tenía que ver con el cambio social. El problema es que no puedes decidir a qué hora te levantas, quién mira tu cuerpo, quién toca tu cuerpo. El drama es cómo organizamos socialmente esa necesidad de apoyos cotidiana.
Poder decidir sobre los apoyos, no tener que caer en una residencia o en esas instituciones donde tu capacidad de decisión en el día a día es mínima, es un mecanismo de protección -sobre todo para las mujeres- frente a las potenciales violencias que se sufren. Ese tipo de instituciones, ya lo dice la Convención de Derechos de las Personas con Discapacidad, son violencia y de hecho España lo ratificó hace ya años y ese tipo de instituciones tienen que ir desapareciendo.
P.- ¿En que punto estamos en España respecto a todas estas reflexiones? ¿Qué hace falta para transformar las políticas públicas hacia la promoción de vida independiente?
R.- Hay que hacer un cambio de imaginario porque muchas veces seguimos pensando la discapacidad como una cuestión que no tiene que ver con nosotras, con una cuestión esencialmente diferente. Y eso se ve, por ejemplo, cuando proyectamos soluciones o recursos que nos parecen bien para otros pero nunca para nosotros.
Por eso creo que pensar la sexualidad y la diversidad funcional tiene un potencial político absolutamente transgresor porque permite mover ese discurso. ¿Qué pasa cuando te planteas tener una relación sexual o íntima con una persona con diversidad funcional? Ahí es donde se pueden abandonar los discursos de la otredad y construir alianzas.
El potencial político de la sexualidad
P.- ¿A qué se refiere con el potencial político de la sexualidad?
R.- Una de las rupturas más interesantes que tiene pensar el tema de sexualidad es que en el fondo está hablando de la propia idea de humanidad. Y no solo de qué cuerpos pensamos follables, sino de qué cuerpos pensamos vivibles, habitables, y eso me parece uno de los de los potenciales políticos más interesantes de la reflexión. Por ejemplo, en el tema de las residencias, si piensas que esa persona podría ser tu potencial pareja o si ves a esa persona como un ser sexual, el hecho de compartir habitación o que le levante su madre empieza a ser una mala idea.
La sexualidad en personas con diversidad funcional permite moverlo todo porque pone en cuestión asunciones muy naturalizadas sobre qué es el sexo, qué es la intimidad, qué es el placer, cómo tiene que acontecer una relación e, incluso, pone en cuestión los roles de género imbuidos en una relación sexual. Cuando esos cuerpos no pueden performar esos roles de la manera normativa, empiezan a proponer otra forma de pensar y desarrollar la sexualidad que es más interesante.

La antropóloga y escritora Andrea García-Santesmases posa junto a su libro “El cuerpo deseado” que aborda la conversación entre feminismo y anticapacitismo. EFE/Laura de Grado
P.- En el libro habla de este tema de la sexualidad y en concreto aborda, y critica en cierto modo, el debate en torno a la asistencia sexual. Para usted los dos discursos que hay en torno a esto, el de la necesidad y el del derecho, son igualmente capacitistas. ¿Por qué?
R.- Pareciera que todo el potencial político que tiene reflexionar sobre sexualidad y diversidad funcional se copta o, en cierta forma, se desactiva porque queda reducido a una discusión muy concreta sobre un apoyo muy concreto y si nos parece bien o mal. Además, esto es problemático si pensamos que esta sexualidad se reduce a qué pensamos las personas capacitadas sobre si tienen que tener o no, o si es un derecho o no y hasta dónde tiene que ir.
Y con la asistencia sexual, creo que uno de los temas importantes es que crucemos las dos perspectivas. El feminismo nos permiten entender que es problemática una reivindicación simplona de “todos queremos follar”. ¿Eso que quiere decir? ¿Qué quiere decir el derecho al sexo? El anticapacitismo tiene que dar un paso al frente a la hora de no tomar atajos en esa reivindicación de la sexualidad placentera. Porque esos dos discursos que yo planteo, el discurso de la necesidad y del derecho, creo que hacen un flaco favor a la anticapacitismo a largo plazo. Ambos plantean que lo que hay es una carencia, ya sea de derechos o de poder satisfacer estas necesidades biológicas.
Pero habría que plantear una discusión más amplia que nos permita pensar a un nivel más amplio qué es la sexualidad y la diversidad funcional.
¿Qué es la perspectiva crip?
P.- ¿Qué aporta la perspectiva crip para repensar la sexualidad? ¿Y qué es en sí esta perspectiva?
R.- ‘Crip’ en castellano significaría tullido o cojo o algún tipo de insulto que se ha utilizado para nombrar la llamada discapacidad y que se empieza a reapropiar por parte del movimiento anticapacitista para desactivar la injuria y jugar con ella.
El tema de pensar desde un punto de vista crip tiene que ver con empezar a entender que puede haber disidencias en lugares insospechados. En el libro juego con la idea de que la homosexualidad estuvo durante años relegada al armario y que qué se estará gestando tras las puertas de la residencias. Lo que hay es una sexualidad latente, una sexualidad silenciada, una sexualidad negada, pero que acontece.
Poner una mirada crip es estar atentas a qué está aconteciendo y qué nos puede aportar eso de cara a repensar la sexualidad de manera mucho más amplia.