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Clara Serra: El consentimiento es necesario pero no es una solución mágica

Laura de Grado | Madrid - 12 febrero, 2024

"El consentimiento no puede ser convertido en una solución mágica", sostiene con firmeza la filósofa y escritora Clara Serra. El consentimiento, ese término que tanto ha resonado en el debate público español en los últimos años, es el eje central de su nueva obra El sentido del consentir, donde propone una reflexión aguda sobre sus complejidades y defiende la imperiosa necesidad de que la justicia sea capaz de contextualizar la violencia sexual.

En su análisis, la expolítica plantea, además, la urgencia de abrir un debate sobre el punitivismo, cuestionando si el aumento de penas es realmente una victoria feminista deseable o no.

"Creo que no hay soluciones de facilidad y que el intento de establecer reglas fijas sobre el consentimiento nos puede llevar a excesos punitivos", asegura Serra a Efeminista en una entrevista por la publicación de su libro, editado  por Anagrama, que prepara ya su segunda segunda edición y que se presenta este 13 de febrero en Madrid.

La también autora de Leonas y zorras, Manual ultravioleta y Alianzas rebeldes, y directora del podcast Los hombres de verdad tienen curvas, defiende la necesidad del concepto jurídico del consentimiento a la vez que aborda la ambigüedad inherente al concepto y sobre lo que implica abandonar la consigna "no es no" a favor de "solo sí es sí".

Las contradicciones del consentimiento

Pregunta (P).- Consentimiento es un concepto que se ha instalado en el debate público en los últimos años. Una de las ideas que expone en el libro es que es un término contradictorio, ¿por qué?

Respuesta (R).- Hay una discusión muy larga en la historia del pensamiento con respecto a este término, no es que ahora el consentimiento sea problemático, es que lo ha sido siempre. Por una parte, ha sido reivindicado como esa idea por la cual lo que podría ser una cesión a un poder se transforma en un acto libre, en una propia elección nuestra. Pero al mismo tiempo, el consentimiento ha sido impugnado, cuestionado y criticado por otras perspectivas políticas que han dicho que no solamente no es el tránsito hacia la libertad, sino que es la manera de encubrir una cesión de alguien que siempre es más débil, que siempre tiene menos poder y que está obligado a firmar contratos que otro le obliga a firmar.

"El consentimiento es una herramienta muy necesaria para legislar"

P.- En ese sentido el libro retoma la pregunta ¿Por qué cuando no somos libres para decir que no, podríamos decir un sí desde la libertad?

R.- Yo quería huir un poco de la tentación de hacer ambas cosas. Es decir, de cuestionar el consentimiento hasta el punto de invalidarlo. Y por otra parte quería también cuestionar el extremo opuesto, que es que el consentimiento parece una receta mágica para satisfacer absolutamente todos los obstáculos y todos los problemas que nos podamos encontrar en el sexo.

Fuera de ambas derivas y fuera de ambas tentaciones, creo que existe la posibilidad de que el consentimiento sea un concepto precario, limitado, que no nos sirva para todo y que, sin embargo, nos sirva para algunas cosas y por tanto no tenga que ser abandonado, pero sí puesto en cuestión. Yo diría que el consentimiento es una herramienta muy necesaria para legislar, yo he defendido mucho en el libro el concepto jurídico de consentimiento.

La primera cosa que creo que tenemos que pensar es que, si el consentimiento nos remite a la idea de que decir que no es imposible, que creo que es lo que late detrás del lema del "solo sí es sí", sería totalmente inconsistente sostener que decir que sí es posible. O sea, si realmente asumimos que decir que no es inviable, el sí debe ser impugnado. Quería sacar a la luz esta contradicción en el discurso actual del consentimiento.

Del "no es no" al "solo sí es sí"

P.- Justamente una de las cosas que expone el libro es ese paso de la consigna del "no es no" al "solo sí es sí". ¿Qué implica o qué peligros que puede traer?

R.- La pregunta que quería plantear es qué estamos dejando atrás en el abandono del lema del "no es no". Porque la entrada en el lema del "solo sí es sí" conlleva, a mi juicio, que es una superación feminista abandonar el marco en el que peleamos por la posibilidad de decir que no. Y yo quiero cuestionar que eso sea un avance feminista.

Sí creo que es muy importante que a veces, en determinados contextos, reconozcamos cuándo el consentimiento está viciado, es decir, cuándo no se puede decir que no. Pero al mismo tiempo, si queremos conservar el consentimiento, creo que es muy importante que asumamos que en muchos contextos decir que no tiene que ser posible y tenemos que hacer que sea aún más posible. Es decir, tenemos que invitar a las chicas educadas en la complacencia y la obediencia a romper con esas expectativas, a defraudar las expectativas masculinas y a decir que no. Tenemos que transformar una sociedad que considera que un no no es un no. Tenemos que decirles a los hombres que un no que no nos han respetado implica entrar en la vulneración del consentimiento.

Nuestra tarea es hacer que las mujeres tengan más capacidad económica, más autonomía y ampliar su libertad para poder decir que no.

Una justicia que "contextualice"

P.- Propone también en línea con Judith Butler "contextualizar la sexualidad" y exigir una justicia que sea capaz de hacerlo. ¿Cómo se consigue esto en la práctica?¿Y cómo se confía en que se haga bien?

R.- El voto particular de la primera sentencia de La Manada era claramente un juez que no leía bien el contexto. Para ese juez no había un contexto ni intimidatorio ni amenazante, él lo llamó jolgorio. Y para mí es un error de contexto, de cómo lees la situación. El último caso de la manada creo que acertó viendo la descripción de la situación.

Parece que nos quedamos un poco intranquilas cuando la receta política es que los jueces juzguen bien. Y sin embargo, me temo que tendremos que tratar de que la justicia juzgue bien. Y esto quiere decir dar herramientas a la justicia para estar formada en cuestiones de género y combatir los prejuicios machistas que pueden hacer que un juez vea en un contexto una falta total de intimidación. Creo que no hay soluciones de facilidad y que el intento de establecer reglas fijas sobre el consentimiento nos puede llevar a excesos punitivos.

Pongo por caso, cuando una persona da un beso a un desconocido en un ascensor sin mediar palabra, no es el mismo hecho que cuando lo hace una pareja que tiene sexo todas las noches y lo hace sin mediar palabra, como lo ha hecho en los últimos años. No es el mismo hecho. Y no lo es por el contexto.

Abrir un debate calmado sobre el punitivismo

P.- Retoma las palabras de Aya Gruber sobre el reto de pensar "cómo oponernos a la violencia contra las mujeres sin reforzar el estado carcelario". Uno de los temas que centró la polémica en torno a la ley del solo sí es sí en España fueron las penas. ¿Cree que los feminismos actuales se están haciendo esta pregunta?

R.- Uno de los objetivos del libro era abrir un debate político sobre este asunto porque ha estado totalmente secuestrado por un ruido, no solo político, sino mediático y por un uso torticero de la extrema derecha en estos discursos del pánico. Bajado un poco ese momento, que evidentemente coincidió con elecciones generales, tenemos que abrir un debate calmado. Y si abrimos ese debate calmado y más sosegado yo diría que sí que hay una gran parte del feminismo que, en la línea de Aya Gruber, de Ángela Davis, de Bell Hooks o de Judith Butler, alerta sobre depositar todas las esperanzas de la transformación social en la ley y, especialmente, en la ley penal.

"A partir de determinados años, la cárcel solo destruye"

P.- Hay aumentos de penas contra delitos de violencias machistas que son celebrados desde el feminismo como un logro o una victoria. ¿Considera que esto es una victoria feminista o un horizonte político deseable para los feminismos?

R.- Yo creo que no. Yo recuerdo cuando estuve en Chile hace un año algunos de los lemas del feminismo eran "20 años no son suficientes". Este debate debe ser abierto en todas partes. ¿20 años no son suficientes qué quiere decir?

Los penalistas y la judicatura de izquierdas hace mucho tiempo que han dicho que a partir de determinados años, la cárcel solo destruye a las personas. No salen mejor de la cárcel, de hecho es algo peor y hacen más daño a la sociedad. No es cierto que la cárcel reforme a las personas. Hemos olvidado que en nuestros sistemas democráticos el objetivo era la reinserción. A partir de determinado momento ese objetivo se ha perdido y se pasa al castigo, pero no la reinserción. Entonces a mí, "20 años no son suficientes" como lema feminista me parece muy problemático.

Y creo que es un debate también fundamental para las izquierdas, porque lo que está haciendo la extrema derecha es demandar castigos cada vez más duros hasta el punto en el que muchas veces es instrumentalizada la causa de las mujeres para pedir cadenas perpetuas o penas de muerte.

Es un tema supersensible donde me parece muy importante que recordemos que la izquierda siempre ha apostado por que el castigo penal sea la última ratio y no la primera, básicamente, porque sabemos que eso es llegar tarde. Nuestra tarea es que las cosas no ocurran, que la violencia no ocurra, que transformemos a la sociedad, no que castiguemos mucho cuando ocurre.

Un deseo libre

P.- El libro también habla de un posible peligro de "reglamentación moralista de la sexualidad" y de que se acabe cayendo en que exista un único "buen sexo feminista".

R.- Siempre ha habido un feminismo que tiene la tendencia a decir qué desean las mujeres. De hecho, los debates que plantea el libro son antiquísimos.

Cuando se dice lo que las mujeres desean, en realidad, se impone qué deberían desear.

Yo recuerdo que cuando pasó lo de La Manada, había un feminismo que salió a decir que evidentemente era una agresión sexual porque ninguna mujer nunca jamás entraría con cinco hombres en un portal. ¿Pero era ese el problema o el problema era que no quiso? El problema es que no quiso y no tenemos por qué preestablecer si alguna mujer podría querer o no querer eso.

Algunas feministas del contexto norteamericano en un libro muy bonito que se llama "Placer y peligro" reivindicaron que no hay ningún camino emancipatorio para las mujeres allí donde se culpabiliza por sus fantasías, sus deseos o sus maneras diversas de vivir la sexualidad.

"El consentimiento no puede ser una solución mágica"

P.- Hablando de eso, dice en el libro que el consentimiento se ha convertido en un contrato neoliberal en el que no hay espacio para la duda o para la exploración. Y en un momento escribe que "tenemos que defender que nosotras podemos pactar y hacer contratos, pero que tenemos que hacerlo de otro modo". ¿Cuál es ese otro modo?

R.- Claro, es que en la linea de lo que decíamos al principio, yo creo que ni el consentimiento puede ser invalidado como una trampa que hay que denostar y abandonar, porque es un concepto necesario. Ni puede ser convertido en una solución mágica que resuelve todo problema. Entonces para mí lo paradójico es esta doble vía que existe y además que es profundamente contradictoria, pero que se sostiene a la vez.

Entonces creo que, más bien, pensar el consentimiento de forma compleja es decir que tenemos que poder hacer pactos y que nadie tiene el derecho a invalidarlos, pero que esos pactos no son facilísimos, ni son clarísimos. Y sobre todo que si introducimos el deseo, al deseo le acompaña siempre una cierta falta de transparencia.

Muchas veces se nos demanda y se nos exige que expliquemos claramente lo que queremos o lo que deseamos; como si esto tuviese que ser una condición para que seamos protegidas de la violencia. Entonces el reto feminista es decir: "y a pesar de que no haya tanta claridad, no tenemos que ser objeto de violencia".

La libertad sexual también tiene que ver con resguardar un espacio para no saber y con que las mujeres exploren cosas que no saben.