
El MNAC confronta en una exposición la obra de dos artistas visionarias coetáneas, la catalana Josefa Tolrà y la británica Madge Gill. EFE/Marta Pérez
El MNAC expone la obra espiritista y casi inédita de Magde Gill y Josefa Tolrà
El Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) expone la obra singular y casi inédita de la británica Madge Gill y la catalana Josefa Tolrà, dos artistas coetáneas y que vivieron similares experiencias entre finales del siglo XIX y los años cincuenta del siglo XX, en la muestra “La mano guiada”, que presenta una gran influencia de corrientes espiritistas y del esoterismo.
La comisaria de la exposición, Pilar Bonet, ha destacado en su presentación que tanto Gill como Tolrà son “artistas de vasta producción que nunca pensaron ser reconocidas con esta condición, pues no creaban sus obras con voluntad estética o comercial, pero van a la esencia y el origen del arte”.
Ambas artistas estuvieron muy vinculadas a los saberes esotéricos y la metodología del acto creador guiado por el automatismo del trance psíquico, “la mano guiada” a que hace referencia el título de esta exposición, que estará abierta al público hasta el próximo 5 de noviembre.
La obra de ambas se generó “desbordando el arte académico en el desarrollo del dibujo psíquico, la escritura automática y una obra textil de belleza singular”.
Pintoras desconocidas de la primera mitad del S. XX
Barcelona, asegura Bonet, está liderando a nivel internacional la atención a la creatividad de las mujeres, y la obra de Tolrà y Gill permiten hoy analizar desde otras perspectivas el arte de la primera mitad del siglo XX en Europa como “nuevas espiritualidades laicas, otros paradigmas del arte, la función sanadora del arte o la recuperación de técnicas del arte de mujeres como el dibujo, los bordados o los dietarios”.
Según la comisaria, ambas artistas “coinciden en duelos -conocen la dolorosa pérdida de un hijo- y procesos creativos, dibujan y bordan en las horas nocturnas, sin modelo ni pausas, utilizan alfabetos encriptados y sus mensajes son pacifistas, místicos, feministas y científicos”.
El recorrido expositivo se inicia con las obras más ínfimas y corporales, postales y libretas, para seguir con las grandes figuras de los “seres de luz” entre miradas profundas, arquitecturas fractales, caligramas poéticos, espirales cósmicas, tiempos cuánticos, bordados de energía etérea y aliento místico.
La pintura de Josefa Tolrà
De familia campesina, Tolrà (Cabrils, 1880-1959) trabajó de joven en una fábrica donde se relacionó con anarquistas y espiritistas, y tras casarse con Jaume Lladó, tuvo tres hijos, de los cuales el menor murió en 1924 y el primogénito en un campo de prisioneros al final de la Guerra Civil española, unos duelos que la recluyeron en un vacío de depresión, aunque nunca recibió atención clínica o medicación.
Tolrà, que se inició en el dibujo en su madurez, compatibilizaba su vertiente artística con su actividad como sanadora y vidente, pues decía percibir el aura de los espíritus y “se comunicaba” con los muertos, entre ellos el poeta Jacint Verdaguer, el científico Blas Pasteur o la mística Teresa de Jesús.
En pocos años realizó centenares de dibujos e ilustró libretas con poemas, novelas o reflexiones científicas y morales.
Partiendo de una espiral, el dibujo de Tolrà remite a figuras angélicas, mapas planetarios, jardines del Edén, episodios bíblicos, temas costumbristas y retratos.
El legado de Tolrà, presentado en la Bienal de Venecia 2022, se encuentro actualmente en museos como el Prado, el MACBA, LaM-Lille Métropole y el Centro Georges Pompidou.
La pintura de Madge Gill
Como hija ilegítima, su alter ego británico, Madge Gill (Waltamstow, Reino Unidos, 1882) tuvo una infancia marcada por el abandono, enviada con 14 años a Canadá como jornalera y de vuelta a Londres trabajó en un hospital mientras residía en casa de su tía Kate, que la inició en el espiritismo y la astrología.
Tras contraer matrimonio con su primo Thomas Edwin, Gill tuvo tres hijos, de los cuales el mediano murió víctima de la epidemia de gripe y más tarde falleció el menor, lo que la sumergió en una crisis personal que se agravó con la pérdida de la visión del ojo izquierdo, que sustituyó por una prótesis de cristal. Recibió tratamiento psiquiátrico y quedó recluida en su casa.
En la madurez, a los 40 años, Gill se refugió en el dibujo, el bordado y la música, mientras mantuvo conexión con el mundo espiritista, que emerge en sus dibujos sobre tarjetas postales, papel o rollos de calicó en forma de rostros de mujeres con mirada ausente y bebés de ojos cerrados.
Sus figuras, ha subrayado la comisaria, se ubican entre arquitecturas alegóricas: escaleras, suelos de damero, grutas hacia la luz, cruces, espacios fractales, florescencias siderales, volcanes y planetas.
Como en el caso de Tolrà, el único progenitor vivo se dedicó de su cuidado y compañía de la madre, facilitando su actividad creativa, enmarcada dentro del denominado “arte marginal”.
El legado de Gill se encuentra en museos o colecciones internacionales como el CAB Lausanne, el LaM-Lille, el Pompidou y l Albertina Museum de Viena.