
La poeta Carmen Castellote, junto a la portada de su libro editado en Torremozas. Imagen cedida por Torremozas.
Carmen Castellote, la última poeta superviviente del exilio republicano
En 2018, el escritor y actor Carlos Olalla preparaba un monólogo sobre mujeres del exilio republicano cuando encontró unos poemas que le fascinaron. Hablaban de amor, de anhelo y, sobre todo, de pérdida. Pertenecían a Carmen Castellote, una poeta española exiliada en México, y sobre ella escribió en su blog. Poco después, el nieto de la propia escritora leyó la entrada y su abuela, sorprendida y halagada, terminó contactando con Olalla.
Así comenzó una amistad que se ha extendido con los años y que ahora recoge un proyecto común: Kilómetros de tiempo, la obra completa de Castellote reunida por primera vez en España en un ejemplar editado por Torremozas. Allí habla de su infancia, marcada por su exilio en Rusia cuando apenas tenía cinco años, y de sus posteriores migraciones a Polonia y México.
Castellote, “niña de la guerra”
La poeta fue una de las llamadas niñas de la guerra. Con tan solo cinco años, en 1937 sus padres la enviaron desde Bilbao a Leningrado a bordo del Habana, apenas unos meses después del bombardeo de Guernica. Junto a otros miles de niños, la mayoría de entre 5 y 13 años, recorrió Europa en tren y llegó hasta la actual San Petersburgo.
El tren, de hecho, se convertirá en el símbolo de su existencia, condenada al exilio; una biografía, en palabras de la propia Castellote, “de realidad y de sueño”. Escribir se convirtió en su forma de aunar los paisajes y construir una identidad perdida entre viajes y hogares transitorios.
“El objetivo de esta migración”, escribe Olalla en el prólogo de Kilómetros de tiempo, “era que permanecieran en al Unión Soviética hasta que acabase el conflicto bélico y pudieran regresar, pero los meses acabaron convirtiéndose en años porque el final de nuestra guerra coincidió con el inicio de la Segunda Guerra Mundial y no pudieron emprender el regreso”.
Miles de menores en la Unión Soviética
Carmen Castellote y su hermano Ricardo fueron enviados a una de las numerosas casas de niños que se habilitaron para acoger a estos chicos y chicas: en su caso, acabaron en la casa de Jerson, en Ucrania, “un aristocrático edificio que, a la llegada de los niños, fue sanatorio para los que llegaron débiles o enfermos”, según cuenta en el libro el representante de la Asociación Niños de Rusia, Pablo Fernández Miranda.
Los niños no regresaron a España hasta prácticamente veinte años después, tras haber recibido una educación bilingüe en ruso y haberse socializado en un país que no era el de su nacimiento, pero que también había atravesado una guerra. Con tan solo doce o trece años, muchos de estos menores se enrolaron como voluntarios para combatir junto a los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial.
A Carmen, por su parte, la enviaron lejos del frente, a un pueblo de Siberia, Tundrija. La guerra y la perdida se convirtieron en una constante: “Y con todo y estar advertidos, / con todo y que la guerra era asombro, / fue tan nueva tu muerte”, escribirá años después. Tras de la guerra, Carmen fue reagrupada junto a otros niños en Moscú.
El regreso de los niños
Solo tras la muerte de Stalin y duras negociaciones internacionales se permitió a los exiliados volver a su país. Entre 1956 y 1957 llegaron a España miles de esos niños de la guerra y otros muchos adultos migrados a Rusia durante el conflicto.
Algunos regresaron con hijos y, a veces, con parejas soviéticas. De ser así, el marido debía ser de origen español y la mujer soviética: las autoridades de la URSS no permitieron el viaje a aquellas parejas con esposo soviético. En ese caso, el marido debía quedarse en su país y ella volver a España sin su cónyuge.
Carmen Castellote no regresó a España. En 1957, se enamoró de un joven socialista polaco, Tadeusz Wolny. Ella acababa de posgraduarse en Historia; unos años después, en 1987, obtendría la medalla Pushkin por un ensayo sobre literatura rusa. Wolny y ella se casaron en la casa de estudiantes de Moscú y se fueron a vivir a Polonia. A finales de la misma década, decidieron emigrar a México, donde el padre de Castellote residía desde 1939. Sería su último gran viaje: allí establecieron su hogar.
En el país centroamericano, la autora conoció a grandes poetas del exilio español, como León Felipe o Pedro Garfias, y trabajó durante décadas en la editorial UTEHA, una de las más importantes de Latinoamérica.
Sus títulos, reunidos ahora en España
En 1976, Carmen Castellote publicó su primer poemario, Con suavidad de frío, donde regresa a la Siberia de su infancia. Uno de esos poemas, La guerra y yo, comienza con el verso que da título al libro editado por Torremozas: “Caminos, kilómetros de tiempo, / nada puede apartarme de la guerra”. Para los exiliados, la distancia no se mide en kilómetros, sino en tiempo.
A ese título le siguen otros cuatro poemarios, la mayoría difíciles de encontrar hasta la fecha. Ahora, se reúnen en este Kilómetros de tiempo, que cierra con un epílogo de la propia Castellote. En él, la poeta dedica su obra completa a Carlos Olalla y “a quienes luchan con denuedo para rescatar la memoria histórica”.
A sus casi 90 años, Carmen Castellote es una de las últimas poetas del exilio con vida. En sus versos aún se encuentra aquella niña apartada de sus padres y de su tierra por la guerra y, sobre todo, la nostalgia de una exiliada que, aunque hace más de cincuenta años que encontró un hogar, todavía busca el punto de partida de todos los trenes que la llevaron hasta allí: “Correr, ¿pero a dónde?, si todo en el aire es vidrio, / si los dioses rompen el cielo y huyen./ Solo nos queda el mar, el lugar de siempre”.