Almudena Grandes: “En los 50, las mujeres eran imbéciles legales”
Almudena Grandes vuelve con “La madre de Frankenstein”, novela en la que cuenta los años centrales de la década de los 50, y quinto volumen de la serie “Episodios de una guerra interminable”, la saga que comenzó con “Inés y la alegría”, unos títulos que le han reportado numerosos premios y que constituyen un homenaje a su adorado Benito Pérez Galdós.
Rodríguez Carballeira, la parricida
En su nueva novela, la escritora madrileña construye una ficción alrededor de la vida de la pensadora Aurora Rodríguez Carballeira, la parricida más famosa de la historia de España, que acabó con su hija Hildegart en 1933.
Hildegart fue concebida con una misión: ser un modelo de mujer ideal para mejorar la especie. A los tres años sabía leer y escribir, a los ocho hablaba seis idiomas. Ingresó en la universidad a los trece y a los dieciocho ya era abogada.
Hildegart, la joven brillante
Pero esta joven brillante, que militaba en el partido socialista, defendía teorías revolucionarias sobre la liberación de la mujer y la sexualidad y mantenía correspondencia con intelectuales internacionales. Cuando cumplió los 18, le anunció a su madre que quería hacer su vida, y que se iría de casa, y ésta no lo soportó.
Una noche del 9 de junio de 1933, Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer inteligentísima pero paranoica, entró en la habitación de su hija Hildegart cuando ésta dormía y le disparó cuatro tiros.
Mujeres en el manicomio
Pero en “La madre de Frankenstein” (Tusquest), Almudena Grandes (Madrid, 1960) aprovecha el personaje de Enriqueta Carballeira, situado ya en el manicomio de mujeres de Ciempozuelos (Madrid), donde ingresó en 1935 y donde murió de cáncer en 1956, para trazar todo un mosaico de la España gris de los años 50 y radiografiar la vida de las mujeres, que eran las que estaban “al margen del margen”.
Ellas eran imbéciles legales
“Todo lo que ocurre, la realidad, digamos de todo lo que aquí se manifiesta es en clave femenina. Son los problemas de las internas del manicomio, de las mujeres que las cuidan, de las monjas que velan por ellas. Todas son mujeres, en un momento en el que no tenían nada, no tenían un estatuto jurídico propio, ya eran imbéciles legales, no podían hacer absolutamente nada con su vida”, explica en una entrevista a Efeminista la escritora.
“Las mujeres tampoco podían tomar decisiones sobre su destino, decisiones con espontaneidad. Los años cincuenta es una época en la que no existía la espontaneidad. Cuando una mujer cedía al impulso de enamorarse, si cometía el error de no enamorarse dentro del mismo carril social en el que vivía, ceder al impulso del amor podía significarle acabar siendo un desecho social“, continúa.
“Esta es la época de las mujeres que se desgracian; de las mujeres que se arruinan, de las mujeres a las que nadie va a querer, de las mujeres marcadas, que es un poco lo que ocurre en varios momentos del libro. El hecho de que sea un hospital psiquiátrico de mujeres, me ha permitido hablar de cosas como las violaciones o el robo de niños. En mujeres tan desprotegidas, como las internas de un psiquiátrico, pues era todavía más fácil practicar una serie de barbaridades que se practicaban en la sociedad en general”.
El franquismo utilizó la psquiatría
Y es que también en “La madre de Frankentein”, la autora de “El corazón helado” habla de cómo el franquismo utilizó la psiquiatría para ejercer su control sobre las personas y, especialmente, sobre las mujeres.
“La psiquiatría era un brazo armado de eso que conocemos como ideología nacional católica -explica Grandes-. El director del manicomio de hombres de Ciempozuelos era Antonio Vallejo-Nájera, el ideólogo de la eugenísia franquista española”.
“Él decía que el marxismo era un gen intrínsecamente ligado a la debilidad mental. Lo llamaba el gen rojo, de lo que deducía que todos los marxistas eran débiles mentales, y que para garantizar el porvenir del país y la mejora de la raza había que eliminarlos”.
El cuerpo era un problema
“Los psiquiatras tenían mucha capacidad de influir en la vida cotidiana de las personas , y en los años 50 fue muy complicado, porque la alianza entre el estado franquista y la iglesia católica hizo irrespirable la atmósfera. Todos los pecados eran delitos. El estado intervenía en aspectos muy decisivos para la felicidad de las personas y las mujeres pagaron esta factura más alta que los hombres porque el cuerpo era un problema“.
Policía de sí misma
“Una mujer tenía que ser la policía de sí misma. Si llevaba manga corta era pecaminoso, como mostrar afecto en público por un hombre, incluso si era tu propio marido. Era muy complicado enamorarse, probar la alegría del amor, elaborar una intimidad en un país donde había un especie de cárcel interior. Eran años de miedo y sobre todo de silencio“, argumenta.
Frente a Vallejo Nájera o Juan José López Ibor, del Opus Dei y otro de los psiquiatras decisivos de la época, que decía que había que “curar” a los homosexuales con lobotomía, Grandes hace un guiño al psiquiatra disidente Carlos Castilla del Pino con el personaje protagonista Germán Velázquez, un psiquiatra lector de Freud que vuelve del exilio de 1939 en Suiza e introduce en los pacientes de Ciempozuelos un nuevo medicamento muy eficaz, la clorpromazina.
Dedicado a las mujeres
Grandes dedica el libro a la memoria de las mujeres: “esas que no pudieron atreverse a tomar sus propias decisiones sin que las llamaran putas, que pasaron directamente de la tutela de su padres a la de sus maridos, que perdieron la libertad en la que habían vivido sus madres para llegar tarde a la libertad en la que hemos vivido sus hijas”.