
Esta comunidad de trabajadoras sanitarias, que actúan bajo las directivas del Ministerio de Salud indio, opera en las zonas rurales de un país que cuenta con una estructura médica insuficiente para sus 1.300 millones de habitantes. . EFE/JAGADEESH NV
Un millón de voluntarias indias atajan la COVID-19 de “puerta en puerta”
De puerta en puerta, ataviadas con un par de mascarillas, un desinfectante para manos, un boli y un papel, más de un millón de voluntarias indias tratan de frenar la expansión de la COVID-19 en la India rural.
Lo hacen de forma altruista. Son trabajadoras sanitarias que forman parte del programa gubernamental para frenar la expansión del coronavirus en el país asiático.
Más de un millón de mujeres “Anganwadi”
Una de esas personas es Parvathi Bai, una trabajadora voluntaria de 48 años de edad, que junto a casi 1,3 millones de mujeres, que trabajan como agentes comunitarios de salud o “Anganwadi”, identifican a personas con síntomas de la COVID-19 en un país en el que se han detectado más de 132.700 casos positivos y 3.900 muertes, además de distribuir material sanitario y concienciar.
“No salgáis a la calle a menos que sea necesario, como ya habréis oído hablar hay un virus en circulación. Así que, por favor, lavaos las manos frecuentemente y llevad una máscara si salís”, advierte Bai en cada hogar que visita en el estado meridional de Karnataka.
Esta comunidad de trabajadoras sanitarias, que actúan bajo las directivas del Ministerio de Salud indio, opera en las zonas rurales de un país que cuenta con una estructura médica insuficiente para sus 1.300 millones de habitantes.
Las autoridades decidieron recurrir a ellas para reforzar la respuesta ante la crisis del coronavirus y, en medio del parón económico causado por el estricto confinamiento impuesto desde el pasado 25 de marzo, estas mujeres se han convertido en la única ayuda para muchos hogares.
Poco material y riesgo elevado
Bai recordó a Efe que tras una breve formación en marzo, estas trabajadoras recibieron “solo dos mascarillas y un desinfectante” antes de salir al terreno.
Algunas decidieron comprar por su cuenta guantes porque también distribuyen comida, y ante la falta de equipos de protección personal también hay quien cose sus propias máscaras y las distribuye durante las visitas.
En general, su situación es precaria y las trabajadoras sienten que están en riesgo de contraer el coronavirus. Una de las compañeras de Bai cayó enferma de COVID-19.
“Nuestra trabajadora que dio positivo por el virus había distribuido comida a más de 80 casas. Ahora hemos tenido que ponerlas todas en cuarentena”, dijo a Efe la secretaria general de la federación de Angawadis en Karnataka, M. Jayamma.
Sin test
A pesar de que trabajan en zonas de alto riesgo, a estas trabajadoras sanitarias no se les suele hacer test del virus.
La India, con sus 1.300 millones de habitantes, ha hecho por el momento 1,6 millones de pruebas según el Consejo Indio de Investigaciones Médicas (ICMR), una cantidad que algunos creen insuficiente.
Jayamma, quien durante su entrevista con Efe portaba un simple pañuelo a guisa de máscara, destacó que se debería hacer más pruebas a estas trabajadoras sanitarias por el riesgo de que puedan extender el coronavirus por los vecindarios que visitan.
“No sirve de nada ayudarnos después de que hayamos contraído el virus, tienen que dar equipos adecuados a todos los trabajadores sanitarios”, aclaró la trabajadora sanitaria.
Una situación en constante evolución
La situación de estas agentes comunitarias está destinada a volverse más complicada desde que el Gobierno decidió relajar las restricciones a los viajes entre estados de la India, que desde el inicio del confinamiento habían dejado atrapados a millones de trabajadores jornaleros en las grandes ciudades.
Ahora, con la lenta vuelta de estos trabajadores migrantes a sus hogares en el mundo rural y la reactivación del transporte ferroviario, las trabajadoras sanitarias deberán asegurarse de que no hay “una afluencia de nuevos casos en el mundo rural”, dijo a Efe Preethi Kumar, la vicepresidenta de la Fundación de Salud Pública de la India, una iniciativa público-privada.
“Se trata de un problema en evolución y no tenemos ninguna solución prefabricada”, dijo Kumar.
El estigma de la sospecha
Por otra parte, los trabajadores sanitarios también se enfrentan al estigma de ser posibles portadores del virus, debido a la naturaleza de su trabajo que en teoría les obliga a distanciarse incluso de su propia familia.
“Esta sociedad tiene miedo del virus, nos miran con dudas y sospechas”, dijo a Efe una joven sanitaria que pidió el anonimato, al expresar su decepción por la reacción pública a sus esfuerzos sobre el terreno.