
La escritora argentina Selva Almada habla durante entrevista con EFE en Bogotá (Colombia). EFE/ Carlos Ortega
Selva Almada narra la violencia “soterrada” bajo la cultura machista
Todo los libros de la escritora argentina Selva Almada parecen girar en torno a la muerte, pero lejos de un gusto sanguinario, estos hechos narran las causas que soterran esa violencia: una obvia cultura machista, una sociedad atravesada por el catolicismo y muy conservadora y un “feudalismo” que ahonda las diferencias sociales y los apellidos familiares.
Hace ya casi una década que Almada (Villa Elisa, Entre Ríos, 1973) escribió “Chicas muertas”, un relato desgarrador donde cuenta el feminicidio de Andrea Danne, María Luisa Quevedo y Sara Mundín con un lenguaje alejado de la tibieza de los diarios donde las “chicas mueren” o son “presuntamente asesinadas”.
“Eran cosas que andaban dando vueltas, intereses que teníamos las mujeres, el feminismo. Era como una especie de urgencia que tenía que manifestarse de alguna manera”, asegura la escritora argentina en una entrevista con EFE durante su paso por la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo).
Una forma de “hacer colectivo” lo que le pasaba a las mujeres: que las estaban -y las siguen- matando.
“Adentro del vehículo iban cuatro hombres que se la llevaron. Estuvo secuestrada varios días, desnuda, atada y amordazada en un lugar que parecía abandonado. Apenas le daban de comer y de beber para mantenerla viva. La violaban cada vez que tenían ganas. La muchacha solo esperaba morirse”, escribe en el libro.
Almada recogió en este relato de no ficción “algo que estaba dando vueltas en el aire”; no fue casual -declara- que escribiera ese libro y al año siguiente surgiera el imparable “Ni una menos”, el movimiento contra los feminicidios de Argentina.
Ella lo hace de una forma desgarradora y con un nombre que no dejaba lugar a dudas: “la crudeza que tenía el libro tenía que arrancar por el título”.
Narrar la violencia
En estos 10 años y gracias a este movimiento, han cambiado muchas cosas, reconoce, pero “al mismo tiempo no cambió lo más importante: la tasa de feminicidios se mantiene estable”. Pero al menos ahora hay un impacto mediático, una conciencia feminista y sobre todo “una manera de nombrar” al crimen.
Ya sea hablando específicamente de los asesinatos de mujeres como de la cultura machista que empuja a los hombres a una violencia absurda, Almada retrata un mundo violento donde justamente esa violencia es “un gran motor para la escritura”.
“A mí eso me parece súper sugestivo para escribir porque me parece muy potente narrar esas violencias que de vez en cuando estallan y cuando estallan salpican sangre para todos lados”, dice la argentina, autora de “El viento que arrasa” o de “Ladrilleros”.
Lo hace con misticismo, en un vínculo que la une a otras argentinas también laureadas como Mariana Enríquez o Dolores Reyes, donde el catolicismo se mezcla con lo pagano y los espíritus parecen subyacer entre líneas. “Debe ser que algo de uno queda donde se muere”, dice en su última novela, “No es un río”, publicada en 2020.
La Argentina de provincia
“Si sos adolescente en un lugar así de pequeño, es muy difícil no ser otra cosa que lo que se supone que tenés que ser: tener novio, a tal edad casarte, tener hijos… romper esos moldes es muy difícil y eso genera violencia y frustración”, describe la autora.
A Selva Almada le interesa narrar la “violencia soterrada” de la Argentina de provincia, de esos pueblos alejados de la ciudad donde el calor se mezcla con la desesperanza y la falta de oportunidades para sacar lo más rudo del ser humano, a bocajarro, sin ambigüedades y sin eludir detalles.
“Yo me crié en el interior de Argentina, en un pueblo de provincia, donde hay una violencia bien diferente a la que se puede vivir en las grandes ciudades”, asegura.
Quiere salirse de la mirada “paternalista” en la que desde ciudades como Buenos Aires se ve a los pueblos, de esa “idea bucólica”, y mostrar una cara “menos amable”.
Ahora, cuando vuelve a visitar su pueblo, Villa Elisa, en Entre Ríos, se acuerda de esa idea de que “lo violento es la ciudad grande”, y en su literatura le da la vuelta para sacar a relucir, con una increíble belleza y cuidado, “una violencia soterrada, subterránea”.