
Dos mujeres observan una de las fotografías de la exposición “Piedad Isla. Un testimonio fotográfico “, que este viernes se ha inaugurado en el Museo de Arte Contemporáneo Patio Herreriano de Valladolid. EFE/NACHO GALLEGO
Piedad Isla, el valor de la fotografía como testimonio de una época
Sorprende lo desconocida que es la figura de Piedad Isla (1926-2009), precursora de la fotografía documental que, montada en su Vespa, documentó la vida cotidiana de la Montaña Palentina en el desierto cultural de la España de la posguerra.
Esta pionera dotó a su mirada curiosa de la capacidad de sobreponerse al presente, de intuir el valor etnográfico de sus fotografías con el paso del tiempo, como acaba de ocurrir en Valladolid, donde parte de su legado ocupa dos salas del Museo de Arte Contemporáneo Español Patio Herreriano.
“La mirada de una mujer pionera”
Sin filtros, ni composiciones, sin alardes, ni inventos, pintó al natural de la realidad que le circundaba en Cervera de Pisuerga, epicentro de la comarca natural de la Montaña Palentina: la suya fue “la mirada de una mujer pionera“, ha resumido la presidenta de la Diputación de Palencia, Ángeles Armisén.
No sin cierto lirismo, retrató la vida al borde del abismo, la de gentes que se relacionaban con el territorio donde vivían, nacían y morían, disfrutaban, trabajaban y procreaban con la alegría, la resignación y el convencimiento de que ese era su destino, y eran felices como muestran la mayoría de las doscientas imágenes expuestas.
Todas ellas en blanco y negro, el color de la España de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, destilan “una transmisión de valores que ha llegado hasta nuestros días“, ha añadido Armisén, presidenta de la Diputación de Palencia que cada año convoca el Premio Nacional de Fotografía “Piedad Isla”.
Fotografía etnográfica
Antes que Ramón Masats y Cristina García Rodero, ya intuyó el valor de la fotografía como testimonio de una época, la de mujeres que blanqueaban la ropa en lavaderos públicos, donde la romana calibraba el peso de la mercancías, la del pan amasado y vendido de casa en casa por mozalbetes con manchas de harina en la ropa y ojeras de madrugadas en el horno.
El abuelo y la nieta, eslabones de una misma cadena, definían la estructura familiar en que se desenvolvía la vida como la de quienes se asoman por la ventana y miran al visitante a través de la fotografía que ilustra el cartel de esta exposición (“Piedad Isla. Un testimonio fotográfico”), que permanecerá en Valladolid hasta el 19 de septiembre.
Cada miembro de la unidad familiar tenía asignado un lugar y asumía una responsabilidad en la educación y protección de los hermanos menores, hasta que los ritos de paso (carteras escolares, primeras comuniones, el primer pitillo, el baile y la boda) delataban el paso del tiempo.
Testigo de “un mundo en principio de extinción”
Era una sociedad agraria de subsistencia y escasamente mecanizada, según delata la feria de ganado en Cervera de Pisuerga, pero también comunal o gregaria como en la imagen de “La Huebra” donde el vecindario colaboraba en la gestión y usufructo de terrenos públicos, según ha explicado Armisén a la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid, Ana Redondo.
Las viudas de Polentinos (1969) y el buhonero (1957), una de las imágenes más espectaculares del muestrario, revelan esquirlas de la reciente Guerra Civil (1936-1939), daños colaterales ajenos al campo de batalla y aledañas a las trincheras del odio, con el menesteroso como principal perjudicado si es que tenía la fortuna de haber sobrevivido a tanto desatino desparramado.
Guardias Civiles, monjas, curas, mineros, pastores, labriegos, feligreses, agricultores, panaderos y torerillos de terno remendado en plazas de cuarta pueblan este repertorio que Piedad Isla recabó como testigo de una época y una sociedad que empezó a fragmentarse a raíz del éxodo de miles de familias a los centros fabriles en busca de un mejor pasar.
Captó, antes de su disolución, “un mundo en principio de extinción”, ha apuntado Maximiliano Barrios, vicepresidente de la Fundación Piedad Isla.