
Marjory Rodríguez está pescando en uno de los muelles de Key Biscayne, Florida. EFE/EPA/CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH
Las mujeres ganan terreno en la pesca estadounidense
Hubo tiempos no muy lejanos en que pescar era cosa solo de hombres, pero la estadística y la realidad en los muelles de Miami muestran que la diversidad, no solo de género, ha llegado a la pesca para quedarse.
En Estados Unidos, de los 50,1 millones de personas con licencias de pesca en el último año, 17,9 millones eran mujeres, la cifra más alta desde que lleva la cuenta la Fundación de Pesca y Navegación Recreativas (RBFF), una organización que promueve esas actividades en internet y las redes sociales y con campañas como Take Me Fishing (Llévame a pescar).
También los latinos dieron un salto importante al llegar a 4,4 millones de aficionados a una actividad que algunos ven como un deporte y otros como una manera de mejorar la dieta familiar en tiempos económicamente difíciles como los actuales.
No pasar: territorio masculino
“Algunas mujeres no pescan porque creen que es cosa de hombres“, dice a Efe Arlette Oliva, una joven cubana de afiladas y largas uñas pintadas y camiseta llena de manchas de sangre de los pescaditos que pone en el anzuelo como carnada.
Según cuenta sin dejar de observar si el sedal de su caña se tensa, por ahora ningún hombre le ha dicho que este no es su sitio, pero si llega el caso -asevera- le responderá al atrevido como se merece.
A pocos metros de Marlene, en un muelle situado bajo uno de los puentes que unen Miami con Key Biscayne (Cayo Vizcaíno), Marjory Rodríguez, también cubana, exhibe su experiencia de más de 20 años en la pesca y “compite” con su esposo.
“Las mujeres lo hacemos todo mejor que los hombres”, dice en un guiño a su marido. “Pescar también”, agrega cuando se le pide que precise.
En su natal Matanzas, pescaba “por necesidad”. “Ahora es mi ‘hobby'” y eso lo cambia todo, dice.
En Cuba si una jornada de pesca le iba mal, se sentía triste porque significaba que no había para comer, aquí se lo toma con “deportividad”, señala subida a la barandilla de protección para comprobar qué está pasando “allá abajo” con su caña.
Suerte y saber
El cubo de Marjory y su esposo tiene más pescados y más grandes que el de las otras mujeres que están pescando en el muelle. “Es cuestión de suerte”, dice sin darse importancia. Pero luego agrega: “y de saber”.
Los pescadores en este muelle son en su mayoría latinos. Aquí se habla sobre todo español y la música de reguetón suena a todo volumen en algunas radios que amenizan la jornada de pesca.
RBFF destaca en su informe los resultados logrados con el Fondo Educativo ¿Vamos a pescar?, una iniciativa para promover la pesca recreativa entre los latinos financiada en parte por el fallecido expresidente George H. W. Bush.
Fátima Rojas es de Managua. La palabra “Nicaragua” está escrita en la cinta elástica que le cubre la frente y le sujeta el cabello mientras trajina con los anzuelos, el sedal, la carnada y la caña junto a su hijo de 12 años y su gata.
Han llegado a las 9 de la mañana y se quedarán hasta las 7 de la tarde, salvo que les vaya muy bien y llenen un cubo que todavía está casi vacío. A esta pescadora no le disgusta, como a la colombiana “Francy”, que está enseñando a pescar a los hijos de su “compañero” en el mismo muelle, tocar el pescado o sacarle las tripas.
“Francy”, que aprendió a pescar con su padre en Colombia y ahora ha recuperado la afición, dice que si no hay más mujeres pescando es porque, como le pasa a ella, les da asco tocar un pez vivo, así que si alguno pica en su anzuelo llama a su novio o a los hijos de este para que se lo quiten y lo metan en el cubo.
“Todo depende del nivel de finura de cada una”, dice Marjory cuando se le pregunta. Ella, confiesa, lo tiene muy bajo, porque piensa que para disfrutar “hay que embarrarse”.