Las atletas kenianas aplazan sus sueños por el coronavirus

Irene Escudero EFE Duka Moja (Kenia) - 14 julio, 2020

Este iba a ser el año de Beatrice Chepkoech, que esperaba poder añadir a su récord mundial de 3.000 metros obstáculos, un oro olímpico. Podios frustrados, metas que no se podrán cruzar este año ni en primera ni en última posición… como ella, las atletas kenianas han visto sus sueños aplazados por la COVID-19.

Desde el 2018 que Chepkoech consiguió ese récord mundial bajando en hasta 8 segundos el anterior, la keniana no deja pasar un solo triunfo. El coronavirus ha hecho que las competiciones deportivas se aplacen y que las deportistas tengan que pisar el freno.

En el pequeño pueblo de Duka Moja, en el suroeste de Kenia, la pista de entrenamiento ahora discurre entre plantaciones de té: una serpiente marrón y arenosa en medio del verde esmeralda del té, plantado en medidos cuadrados, donde las jornaleras cortan las hojas y las lanzan a las cestas que cargan en la espalda a un ritmo casi coreografiado.

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La plusmarquista mundial de 3.000 metros obstáculos, la keniana Beatrice Chepkoech se ejercita en las plantaciones de té de Duka Moja. EFE/ Patricia Martínez

Entrenamientos entre plantaciones de té

Por esa pista, Chepkoech sale todas las tardes a trotar junto a Pauline Mutwa, una maratoniana que aún aspira a un triunfo internacional.

Antes lo hacían en grupo, pero el coronavirus, además de cerrar las pistas donde se entrenó para esos 8 minutos y 44,32 segundos, que le dieron en 2018 el récord mundial en la prueba de los 3.000 metros obstáculos, ha hecho que el entrenamiento ahora sea más solitario.

La atleta ha vuelto en junio a Duka Moja, un pueblo que crece desde la carretera principal que une Nakuru con Kericho, muy cerca de este último, donde vive en un pequeño y humilde apartamento de dos estancias con su marido, rodeada de unos 200 deportistas.

A comienzos de mes, su entrenador la llamó para decirle que en agosto se retomaría el calendario de la Liga de Diamante, que comenzará provisionalmente el 14 de agosto en Mónaco, en el mismo estadio donde batió el récord mundial. Para Chepkoech, que quiere conseguir el oro olímpico, la última joya de la corona, el tiempo apremia.

“Aún tengo tiempo”, dice confiada. Cree que “con un mes, mes y medio” puede estar en plena forma para la primera competición. Cuando comenzaron las cancelaciones, una a una, por los riesgos de la COVID-19, la decepción se extendió entre todos los atletas kenianos de primer nivel.

Fue tan decepcionante porque estaba apuntando muy alto para los Juegos Olímpicos, así que después de que cancelaran todo, estaba realmente desanimada”, explica a Efe la plusmarquista mundial, de 28 años.

Muchos siguieron entrenando hasta el punto de que entrenadores y fisioterapeutas como el español Marc Roig tuvieron que decirles que pisaran el freno.

“Por lo menos en nuestro grupo (al que también pertenece Chepkoech), le hemos hecho levantar el pie porque las primeras semanas parecía una locura, los atletas no tenían competiciones a la vista y seguían entrenando como si no hubiera un mañana“, asegura a Efe Roig, fisioterapeuta del equipo NN Running, desde la ciudad de Eldoret (oeste), epicentro del atletismo en Kenia.

Primero, Chepkoech se tomó unas vacaciones y estuvo varias semanas en marzo en casa de sus padres, a unos pocos kilómetros de Kericho, ayudándoles a recoger té y buscar madera, como hacía cuando le daban vacaciones en el colegio, pero viendo el panorama “pensé que quizás este año ya no habría más carreras”, asegura, y decidió volver a su antiguo puesto de trabajo en una comisaría de policía de Nairobi.

Un golpe económico para algunos atletas

Sus medios de vida están, de momento, asegurados. El oro en los Mundiales de Doha de 2019 le reportó 60.000 dólares y está bajo el auspicio de Nike y la acogida de la misma firma de representantes que lleva a atletas como su compatriota, el imbatible maratoniano Eliud Kipchoge, o el etíope Kenenisa Bekele, plusmarquista y oro olímpico en 5.000 y 10.000 metros lisos.

Sin embargo, la cancelación de competiciones ha dejado a algunos atletas kenianos en una situación complicada. Pauline Mutwa, por ejemplo, tenía todas sus esperanzas puestas en el maratón de Viena, que se tendría que haber celebrado el 19 de abril; su primera oportunidad internacional tras no poder acabar el de Madrid.

Vive a solo dos casas de Beatrice, a quien considera su mentora, y cuenta a Efe que, “antes del coronavirus, solía comprar comida de mi propio bolsillo, pero ahora no tengo dinero”. Con el dinero que sacaba de las carreras y maratones nacionales cuando quedaba entre las diez primeras, esta deportista de 28 años podía pagar el alquiler, su comida y mandar algo a sus padres y a su hija pequeña, que vive en Machakos, al este de Nairobi.

“Cuando tienes un objetivo, no hay razón para parar, para frustrar tus sueños, así que te concentras e incluso, si hay una pandemia, haces el esfuerzo por ti misma porque un día acabará y todo irá bien”, reflexiona Mutwa.

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La maratoniana Pauline Mutwa enseña en su casa en Duka Moja las medallas que ha obtenido tras finalizar varias maratones, y explica cómo la COVID-19 le ha arrebatado la oportunidad de correr la maratón de Viena, cancelada el pasado mes de abril. EFE/ Patricia Martínez

“La mayoría puede capear bastante bien porque tiene un estilo de vida tan sencillo, que para tener un plato de ugali (una masa de harina y agua que se come en la mayoría de hogares del país) en casa, no te va a faltar”, cuenta Roig.

Pocos son los kenianos que, a pesar del éxito, han decidido invertir fortunas en mansiones o villas en otros países.

Otros parones forzosos

De parones forzados y volver a la competición sabe un poco Mercy Cherono, fondista de 5.000 metros lisos que finalizó cuarta en los Juegos de Río de Janeiro 2016.

“¿Sabes lo que le pasó a Allyson Felix?”, pregunta Cherono, refiriéndose a la historia de una de las atletas estadounidenses más condecoradas del mundo, a la que, tras quedarse embarazada en 2018, Nike le redujo el contrato.

“Lo mismo me pasó a mí”, asevera Cherono. “Cuando decidí tomarme la baja de maternidad, tuve que asegurarme un buen colchón económico porque sabía que iban a ser dos o tres años hasta que pudiera estar de vuelta completamente”, relata a Efe.

Se quedaron embarazadas al mismo tiempo y ella también tenía contrato con Nike. Cuando quiso volver a la pista, la multinacional le pedía “seis meses de prueba” para asegurarse de que estaba al 100 %. “No esperan -explica- que las mujeres se queden embarazadas, solo que corran el resto de su vida. Es muy duro”.

Cherono entrena en Kapsabet, uno de los más conocidos campamentos de entrenamiento de Kenia. Cuando cerró por la COVID-19, volvió a Duka

Moja para estar con su hija Kimberley, de 2 años, y siguió entrenando a menor nivel “para mantenerse en forma”.

Las clasificaciones para los Juegos Olímpicos de Tokio empiezan en septiembre, recuerda, y “aún estamos a tiempo para calificarnos” y poder subir al podio.

“Una de las características que tienen los kenianos, por lo menos los atletas, es la resiliencia”, dice Roig. “Muchos de ellos han tenido temporadas en blanco por una lesión y están muy acostumbrados a esperar, entonces se lo toman con mucha calma”.

Calma y confianza en que volverán a las pistas en algún momento, en que recobrarán su normalidad.