Tània Balló: “El nombre de las ‘Sinsombrero’ ya no es anónimo, pero queda mucho por andar”
Se estima que al menos medio millón de españoles se exilió durante y tras la Guerra Civil para salvar la vida. Una parte importante de este grupo eran mujeres; algunas se dedicaban al periodismo, a la poesía o a la pintura y ya habían alcanzado cierta notoriedad en España, pero al migrar su nombre fue olvidado. Por eso, desde hace más de una década, la escritora, cineasta y gestora cultural Tània Balló trabaja para recuperar sus nombres. “En estos años, el olvido se ha transformado: poco a poco se las ha ido publicando, conociendo… han surgido iniciativas que las han dado a conocer y las han colocado dentro de la Generación del 27″, explica en una entrevista con Efeminista.
“Su nombre ya no es tan anónimo como antes, pero queda mucho por andar”, afirma la autora (Barcelona, 1977), que acaba de publicar en Espasa “No quiero olvidar todo lo que sé”, una investigación sobre las mujeres exiliadas de la Generación del 27 que sigue la estela de sus estudios previos: tanto el documental “Las Sinsombrero”, para Televisión Española, como los libros “Las Sinsombrero. Sin ellas, la historia no está completa”; “Las Sinsombrero 2. Ocultas e impecables”; “Les Combatents. La història oblidada de les milicianes antifeixistes” o “Alicia y las Sinsombrero”.

Portada del libro. Cedida por la editorial.
Interés por las mujeres del 27
Un interés que nació cuando, en una cena con amigos, alguien le planteó a Balló “por qué no había mujeres en la Generación del 27, si en esos años las mujeres ya habían tomado la palabra”. “Me quedé con esa copla”, cuenta la directora y escritora, “y me enfadé por no haberme percatado antes de esa ausencia. Así que empecé a buscar en internet, a ir a las bibliotecas… y ahí aparecieron Rosa Chacel, Maruja Mallo o Concha Méndez”.
“Vi que había mucha gente trabajando en eso, pero en el ámbito académico. Y yo quise sacarlo de ahí, llevarlo a la calle. Me obsesioné con esa historia y estas mujeres me han acompañado desde entonces”, reconoce la también autora del documental “El caso Wanninkhof-Carabantes”.
Balló también es la comisaria de la exposición “Las Sinsombrero” (un grupo de artistas llamado así porque en los años 20 decidió romper el canon de llevar sombrero), que estará en el centro cultural Fernán Gómez de Madrid hasta el 15 de enero de 2023 y que cuenta con obras, documentos y fuentes en primera persona el exilio de estas mujeres.
Ejercitar la memoria colectiva
PREGUNTA.- ¿Qué es “No quiero olvidar todo lo que sé”?
RESPUESTA.- Esta es la última entrega de esta trilogía editorial que le dedico a las Sinsombrero, que va a la par con los tres documentales sobre el tema que ha emitido Televisión Española. Lo que encontramos es la lucha, el reto que supone el exilio para este grupo de mujeres, sobre todo para aquellas menos conocidas. Es la historia de este grupo de mujeres a las que les pilla la guerra y que, por las circunstancias de su vida, tuvieron que exiliarse. Y, precisamente por eso, muchas se van al exilio sin ese reconocimiento. Eso suma aún más a su olvido.
Mi proyecto de las Sinsombrero reivindica esa ausencia. Y es cierto que, en los años que llevo trabajando en este proyecto (tanto en documentales como en libros), la circunstancia del olvido se ha transformado: poco a poco se las ha ido publicando, conociendo… han surgido iniciativas que las han dado a conocer y las han colocado dentro de la Generación del 27. Su nombre ya no es tan anónimo como antes, pero queda mucho por andar.
P.- ¿Cómo ha sido el proceso de documentación?
R.- Tengo el privilegio de haber contado siempre con la enorme generosidad de las familias, que me han ayudado desde donde han podido. Es cierto que muchas de ellas no regresan del exilio, por lo que mucha documentación estaba en México. Tuve que viajar hasta allí, lo que no supuso ningún esfuerzo, y descubrí que el exilio aún existe: son las hijas e hijos, sobrinos… los que se mantienen allí, pero también la memoria de los que regresaron.
La soledad de las exiliadas
P.- Ser mujer, ¿cómo afecta a la experiencia del exilio?
R.- El exilio, de por sí, es un espacio de soledad para cualquiera, sea hombre o mujer: es una ruptura muy brusca, sobre todo si viene de un trauma como la guerra, que fractura tu pasado, tu presente y tu futuro.
Esa es su tragedia. Y es cierto que luego te puedes acomodar, puedes ser una superviviente en el exilio y crear una comunidad, incluso sentirlo como tu tierra. Pero, durante muchos años, ese es un viaje no escogido, un destino forzado. Y a eso hay que sumarle un elemento muy concreto en el caso de las mujeres: la soledad de quien no tiene una red familiar, una soledad que se acentúa cuando estas mujeres comienzan a tener descendencia. Porque sí, todos esos hombres eran muy modernos, pero no dejaban de ser machistas.
Todos los exiliados eran poetas, pintores, hombres muy modernos… pero hombres de su época, que no tenían intención de compartir las tareas del hogar o los cuidados. Podemos encontrar una o dos excepciones, pero si seguimos peleando contra eso hoy en día, imagínate entonces. Y a eso súmale que todas estas mujeres afrontan esto y, mientras, intentan seguir con su proceso artístico, con su trabajo. Ellas lo llevan muy mal, porque la domesticidad las secuestra.
Obviamente, con los años algunas se recuperan económicamente y empiezan a contratar nanas, que era una práctica muy habitual en ese momento. Pero muchas veces, cuando eso ocurre, ya es muy tarde: han perdido el impulso, su lugar y su corpus literario.
El trauma de la migración
P.- Es un movimiento que ahora se da a la inversa: hay mujeres de México o Argentina, países donde vivieron las Sinsombrero, que ahora se ven forzadas a migrar a España.
R.- Sí, estudiar este exilio permite tener una visión mucho más crítica sobre el presente, como no podría ser de otra forma. No podemos extrapolar lo de hoy a lo que pasó ayer, aunque lo de ayer nos enseñe a entender lo que pasa hoy, pero cuando lo hacemos al revés tenemos que ir con mucho cuidado, porque ni hoy somos las mujeres que eran ellas ni la sociedad es la que ellas vivieron. Y hay que entenderlas bien, tener muy claro lo que les rodeaba, aunque muchas cosas ahora nos hagan dudar, ¿no? Es normal que nos preguntemos cómo una mujer que tengo como referencia podía hablar así, por ejemplo, del feminismo, ¿no?
Su feminismo no era el nuestro, el de hoy. Hay que usar otra vara de medir.
P.- Un término del feminismo de hoy es, precisamente, la sororidad. ¿Se observa en el exilio? Entre estas mujeres, ¿se creó un tejido, un apoyo?
R.- Sí, claro. El exilio, como la guerra, elimina las clases, al menos al principio. Otra cosa ya es el devenir económico y el posicionamiento social de cada una de ellas, que en parte depende del marido. Pero sí, quizás lo único que les une de manera segura es el exilio. Muchas de ellas generan relaciones allí porque les une la sensación de sueño roto. Es el caso, por ejemplo, de Concha Méndez y Maruja Mallo, que estaban exiliadas en países distintos y que mantuvieron una amistad a través de la correspondencia, un espacio privado de seguridad y acompañamiento. Luego, cuando vuelven, terminan toda relación; el exilio tuvo ese poder para generar, recuperar o romper amistades.